Nada induciría a pensar que aquel hombre menudo y con aspecto de trabajador de la construcción era El Che. No escondía unos brazos marcados por jornadas interminables de trabajo al sol, tampoco los signos de una vejez galopante, marcada sobre unas prominentes bolsas bajo los ojos, que ya apuntan en algunas fotografías añejas. Bajo la gorra, asomaba el mismo pelo lacio de las últimas fotografías oficiales que de él tomaron en la selva bolivariana.
Pero al verlo, ella le traicionaba. El Che no es El Che sin su gorra calada. El Che no es El Che sin su mirada perdida convertida en un icono. Hoy, un Che nonagenario viajaba conmigo en el metro: lucía su gorra calada con la estrella (de cuando el “made in china” era un elogio) y tenía la mirada perdida que tienen los hombres que viajan en metro después de haber visto la muerte cerca.
Me he acercado a él:
- Te he reconocido. Tranquilo, tu secreto está a salvo.
Y así he bajado a toda prisa del vagón del suburbano.
martes, 4 de septiembre de 2007
El Che está vivo
Enviado por La Marmota a 23:45
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1 comentario:
Esta segura que Fidel no andaba por ahí también?
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