martes, 4 de septiembre de 2007

El metajardín

Durante lustros, el equipo de ingenieros de la Universidad de Milwaukee realizó miles de cálculos metamatemáticos. Pasaban jornadas maratonianas sentados frente a sus enromes mesas de trabajo desgranando todos y cada uno de los números. Sin embrago, ninguno de ellos llegó a contar más allá del número uno.

Nadie sabía qué estaban perpetrando. Muchos pensaban que ni ellos lo sabían. Pero la suya era una misión ecuménica y todos los miembros del equipo de ingenieros de la Universidad de Milwaukee los sabían.

Cuando alguno de ellos se levantaba de su pupitre, andaba arrastrando la bata blanca de un lado a otro, entrelanzando las manos en el pecho. A veces tomaba una estilográfica del bolsillo y la miraba a contraluz, como quien mide algo. Otras veces, anotaba algún concepto en una libreta. Aún otras, hacía algún cálculo y corría a su pupitre a anotar el resultado. Las menos, se dirigía a una enorme maquinaria cubierta por una lona y daba una vuelta más a una terca, cambiaba un circuito o conectaba el frecuenciómetro.

Así pasaron decenios. Los miembros del equipo de ingenieros de la Universidad de Milwaukee se convirtieron en unos viejecitos adorables con aspecto de sabio eremita de largas melenas plateadas. En esos años, la maquinaria oculta bajo la lona crecía día a día, cada vez más rápido, a medida que ellos iban empequeñeciendo, como hacen todos los ancianos. Casi estaba terminada.

El día menos pensado, uno de esos viejos sabios cerró el círculo. Si pronunciar un eureka se levantó tranquilo de su pesado asiento, que años antes habría empujado sin problemas con un suave puntapié, y dio media vuelta a una tuerca oculta entre una maraña de cables de colores. En ese momento todos sus compañeros le miraban comprendiendo la trascendencia del paso definitivo, pero él siguió tranquilo para enchufar la maquinaria a la corriente y apretar el on.

Saltaron miles de chasquidos y luces y estridencias, pero la máquina funcionaba. En su interior surgió una luz que cada vez se hizo más brillante “a causa de la concentración cósmica”, pensaron ellos. Poco a poco esa luz fue apagándose hasta solidificarse para fresar, en el aire, una flor.

Sus cálculos metamatemáticos de decenios habían sido correctos. Ordenaron sus enseres y fueron a dormir tranquilos, por primera vez en décadas.

(A este paso, acabaré buscando el patrocinio de Interflora.)

1 comentario:

La Marmota dijo...

Antes que me digáis nada, este cuento recuerda a muchos otros cuentos, pero bebe de varios recuerdos muy concretos, del pasado y del presente. (¡Toma mensaje críptico!).