miércoles, 28 de abril de 2010

Overbooking

Fregaba la vajilla trazando arcos armónicos sobre la circunferencia de los platos y me imaginaba viajando a países exóticos, aún más allá de las antípodas. En esos momentos, por mi cabeza rondaban nombres a lo grande (tan exóticos como Dobo, Tykoi, Asuiaia o Mardivistuk), donde entrar en contacto con la vanguardia postmoderna o la naturaleza virgen.

Sin embargo, con la boca pequeña, preguntaba si nuestros pasitos minúsculos nos llevarían muy lejos. 

Cuando llegó el día de partir, hicimos las maletas tomando todas las precauciones imaginables. En mi caso, ésto significaba llevarse desde un traje de neopreno de 10 mm y un pareo, hasta un casco integral y varios rollos de teflón. 4 maletas rollizas nos esperaban en el rellano. 

Subimos al coche, cruzamos la calle y entramos en el recinto del camping de la acera de enfrente, que se extendía sobre tres hectáreas. 

Eso es amor patrio.

viernes, 23 de abril de 2010

La esquela

En vida, siempre prefirió ser llamado escritor. Así figuraba en su cartilla profesional, en sus tarjetas y en el CNAE de imputación. Sus obras eran escuetas, sencillas y refinadas, pero cargadas de esa tensa emoción contenida que caracterizaba su estilo.


Con frases como “hasta su último suspiro, trató de complacer a todo el mundo” (dedicadas a aquel magnate filántropo, muerto en circunstancias comprometidas) o “la familia ruega un llanto a todos aquellos a los que hizo reír” (en honor al actor cómico recién traspasado) se ganó un respeto anónimo; como lo eran también sus obras.

Detestó siempre el intrusismo profesional representado en poetas y literatos, ansiosos de poner el último punto y a parte de su vida y obra.

Traspasó en calma, quizá en agradecimiento por los servicios prestados. Y, como a él no le hubiera gustado, no dejó esquela alguna preparada.

jueves, 22 de abril de 2010

El tóner magenta

Ella le pidió ayuda para cambiar el tóner. Él, displicente, le dijo que ése no era su trabajo. Su “¡Pues bueno!” sonó, intencionadamente, muy femenino. El masculló un rumor ininteligible, gutural y gravemente masculino.

En la redacción seguían sonando los teléfonos. Algún empleado seguía hablando de facturación, operadores y telecomunicaciones. Otros seguían quejándose del trabajo que les había tocado hacer. Varios seguían causando baja laboral. Unos pocos seguían frente al ordenador, escribiendo. La impresora también: seguía sin funcionar.

Ella, desganada, se levantó, caminó hacia el armario del material, abrió la portezuela, extrajo una caja azul y turquesa, tiró de la tira de cartón plastificado, abrió la caja, extrajo un envoltorio de plástico hinchado, arrancó el precinto, el plástico se deshinchó y extrajo el tóner. 

Cuando hubo cambiado el tóner, le lazó a él una mirada inquisitiva y desdeñosa.

Era el tóner magenta. Se deseaban.

(Aviso para navegantes: Vuelvo)