jueves, 22 de abril de 2010

El tóner magenta

Ella le pidió ayuda para cambiar el tóner. Él, displicente, le dijo que ése no era su trabajo. Su “¡Pues bueno!” sonó, intencionadamente, muy femenino. El masculló un rumor ininteligible, gutural y gravemente masculino.

En la redacción seguían sonando los teléfonos. Algún empleado seguía hablando de facturación, operadores y telecomunicaciones. Otros seguían quejándose del trabajo que les había tocado hacer. Varios seguían causando baja laboral. Unos pocos seguían frente al ordenador, escribiendo. La impresora también: seguía sin funcionar.

Ella, desganada, se levantó, caminó hacia el armario del material, abrió la portezuela, extrajo una caja azul y turquesa, tiró de la tira de cartón plastificado, abrió la caja, extrajo un envoltorio de plástico hinchado, arrancó el precinto, el plástico se deshinchó y extrajo el tóner. 

Cuando hubo cambiado el tóner, le lazó a él una mirada inquisitiva y desdeñosa.

Era el tóner magenta. Se deseaban.

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